Por Econ. Víctor Alvino Guembes
Para poder iniciar este breve análisis es necesario afirmar que en la realidad los países ricos en recursos naturales, como el nuestro, no son los más desarrollados. ¿Verdad…? si no fuera así, entonces deberían tener grandes ingresos o un alto PBI por habitante, pero casi siempre carecen de instituciones sólidas y niveles de vida adecuados para toda su población.
Es aquí donde se presenta el virus de la «enfermedad holandesa», es decir, la distorsión en la asignación interna de los recursos y la consolidación de una mentalidad rentista como algunas de las causas de esta aparente paradoja, que afecta particularmente a los países latinoamericanos productores de oro, plata cobre y petróleo, junto con otros productos de igual naturaleza con excelentes precios por su venta en el exterior (pero que hasta hoy ni usted ni yo no hemos disfrutado un ápice).
Para evitar la consecuencia de estos males, el presente análisis pretende recordar a quienes son los responsables del manejo de la gestión económica a todo nivel incluir una política energética dentro de una estrategia más amplia de desarrollo autónomo. Un claro ejemplo, en el caso del Ecuador, donde existe la posibilidad de un posible nuevo brote de enfermedad holandesa, la cual provendría del auge petrolero, de las masivas remesas de los emigrantes, del endeudamiento externo privado y la inversión extranjera y, finalmente, del narcotráfico y el lavado de dinero.
Debemos saber que cuando existe abundancia de recursos externos, alimentada por los flujos que generan las exportaciones y los créditos, lleva a un auge consumista temporal: generalmente significa un desperdicio de recursos e impulsa una sustitución de productos nacionales por los importados. También sabemos que, tanto la explotación del oro, la plata, el cobre y la actividad petrolera deterioran el ambiente natural y social, a pesar de algunos esfuerzos de las empresas para minimizar la contaminación y pese a las acciones de los sociólogos y antropólogos contratados por ellas para establecer relaciones «amistosas» con las Comunidades de la zona.
Mi experiencia profesional me recuerda que se debe procurar obtener el mayor beneficio posible para el país de cada barril, de cada onza, de cada tonelada extraídos antes que maximizar el volumen de extracción. Por lo tanto, es necesario, que se exija una mayor organización y modernización de los mercados energéticos regionales y locales, hoy atravesados por una serie de deformaciones estructurales, subsidios inequitativos y una falta generalizada de conceptualización.
En suma, se busca que la política energética sea parte consustancial de una estrategia alternativa y no solo un elemento más de cualquier política económica. Es claro que, como estamos hablando del largo plazo, es imperativo el aumento sostenido de la productividad y, desde luego, el crecimiento del empleo con calidad y la mejora en la distribución del ingreso.
De todo lo anterior se desprende que hay que hacer un esfuerzo concienzudo y sostenido para maximizar los efectos positivos de la extracción petrolera, del oro, la plata y el cobre sin perder de vista que todo recurso natural se acaba y que el desarrollo no se logra simplemente a partir de la extracción de los recursos naturales.
Es preciso generar riqueza: ésa es la gran tarea. Si no se logra, se mantendrán vigentes tanto la maldición de la abundancia como la paradoja de la riqueza natural.
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