Entre ellos están estudiantes de la región Lima
Si los superhéroes usan capas, Jhamil usa el poncho de su abuelo. Lo tejieron a mano, con lana de oveja, hace 40 años. Lo hicieron para danzar, no para transmitir poder. El joven no lo cree, así que lo usa para ambas cosas. Sale de su bungalow, coge la tela marrón y se introduce como quien se coloca un traje de gala. Según su experiencia, la capa solo fortalece a su dueño. "Siento que me da sabiduría", dice con aire místico, mientras la agita. Esta prenda es lo único que trajo a Lima para recordar su lejana tierra.
Jhamil Alanya Pacheco es un ayacuchano nacido en el Callao que atribuye sus logros al poncho que usaron su abuelo, su tío y su padre en el baile de Navidad de Huancasancos. De sus 15 años, dos palabras repite: danza y estudio.
Una vez puesto el poncho, se coloca también el chullo. Luego cuenta su historia en la Plazuela de Huanta, que no está en Ayacucho, sino en el centro recreacional Huampaní, en Chaclacayo. Ese nombre no es oficial, pero así la llaman los 160 estudiantes de dicha región que, como el joven de la capa, hace menos de dos semanas llegaron a Lima para estudiar y alojarse durante dos meses. Ahí se han implementado bungalows y aulas. Ellos quieren tener flores de retama.
La mayoría es quechuahablante. El 90% viajó por primera vez en avión, donde "el cuerpo se eleva y el alma se queda", describe Jhamil. Ahora están instalados a unos metros del Colegio Mayor Secundario Presidente del Perú, hoy convertido en el COAR Lima.
En todo el país, 14 instituciones acogen a los mejores estudiantes de tercero de secundaria de colegios públicos. Ayacucho también cuenta con cuarto de media y Lima, con quinto. Escolares de las 24 regiones dejaron su hogar para vivir tres años en un internado.
En estos colegios todos son los más aplicados de la clase. Los especialistas aseguran que también hay niños superdotados, pero se niegan a dar nombres. En Lima, los estudiantes que encabezan la lista de calificaciones superan al resto por unas milésimas. El promedio más bajo es 16.5. Es una realidad distante a la del resto de colegios estatales, lo que también genera críticas al sistema. Solo el 6% de los primeros puestos de todo el país ingresa a un COAR.
El día comienza luego de que el tren pasa por Huampaní. Desde las 5:00 a.m., cuando la mitad de la ciudad duerme, chicos de 13 años se bañan, visten y tienden sus camas. En cada cuarto hay tres residentes y en cada bungalow, cinco. En las habitaciones no hay televisores, peluches grandes o aparatos que no sean celulares o laptops.
Mientras unos se alistan, otros ya esperan impacientes en las puertas. Entre las 6:20 a.m. y 6:50 a.m., los tutores (enfermeros, docentes o psicólogos) revisan cada cuarto: lockers ordenados, camas tendidas, pisos limpios y olores agradables. Una vez aprobados, los residentes acuden al comedor.
No suenan timbres, no hay formación ni escolta. Faltan 10 minutos para las 7:00 a.m. y los "terceritos" (alumnos de tercero de secundaria) hacen fila para ingresar al comedor. Detrás de ellos están los de cuarto y quinto. Jhamil está por una puerta y por la otra están Nhayelli Alvarón, María Arias (13) y Roxana Olivera (14).
–¿Tienen enamorados?
–¡Nooo! –gritan como si se tratara de una maldición–.
–Mi papá es policía. Tendré novio al llegar a la universidad –comenta Nhayelli, del Rímac–.
–Yo tendré cuando termine mi carrera. Tengo un plan: acabo mi secundaria, la universidad y recién tendré enamorado –añade Roxana, de Cañete–. Solo suelta su rosario para coger el llavero del Señor de Luren.
El lunes 16 de marzo dejaron a sus familias; 24 horas después, ya extrañaban a sus mamás.
Es el segundo día en el COAR: los chicos que ingresan a tercero de media se alejan por primera vez de sus padres. Para algunos, basta con que pisen el colegio para que quieran irse. Camila, de 13 años, es la primera alumna que dejó el COAR Lima este año. El 2014 hubo 10 casos. El 2013, 25.
VISITA EN EL ESTADIO
El “10” de la selección del Colegio Mayor estuvo lesionado. “No es nada grave”, advertía su entrenador. Henry Araujo avanzaba en silla de ruedas. Lo empujaba Carlos o Miguel Ángel. Pocas veces andaba solo. Si lo hacía, prefería ponerse de pie y disimular que de su esguince solo quedaba una venda. En menos de una semana estaría bien. Se lesionó jugando y lo primero que hará cuando sane será volver al campo.
Así llegó al primer día de clases en el COAR Lima. En el segundo ya parece recuperado. A las 7:30 a.m., el joven cajamarquino espera que su profesor llegue al 4° F, mientras tanto prefiere sumergirse en uno de los partidos donde vistió la camiseta del equipo argentino San Lorenzo de Almagro. Este joven delantero llegó de Jaén a Lima y de Lima pasó al Nuevo Gasómetro, en Buenos Aires.
Luego de ser campeón en un torneo provincial con la selección del Colegio Mayor, viajó a Argentina para probarse en San Lorenzo. No se quedó porque tenía 14 años cuando pedían a muchachos de 17.
El recuerdo se interrumpe cuando llega el profesor en medio de la lluvia de Huampaní. Aún no hay clases con cursos obligatorios. Los primeros días en los COAR son de adaptación: normas de convivencia, talleres, horarios. En estas fechas no todos cuentan con los uniformes nuevos. Luego de la conversión de Colegio Mayor a COAR, hay otros buzos y un traje de chaleco amarillo.
Los cursos electivos y obligatorios comienzan antes de acabar la semana. De Matemática, Comunicación, Química y Física pasan a Empresa y Gestión, Artes Visuales o Teoría del Conocimiento. Llevan cuatro horas de Educación Física y 10 horas de Inglés a la semana. En el resto de colegios públicos, cada una de estas materias solo se imparten hasta cinco horas. En las aulas de los COAR hay equipos multimedia, los estudiantes tienen lockers personales y los maestros, una computadora.
Los estudiantes cambian de aula y de compañeros de acuerdo al curso que eligieron en el Programa de Bachillerato Internacional, que llevan en cuarto y quinto de secundaria. Con ese diploma tienen la posibilidad de convalidar materias en universidades extranjeras.
Treinta minutos después del mediodía comienza el almuerzo. Avanzan en un par de filas hasta el segundo piso del comedor, escriben el código de estudiante y reciben un ticket rosado. Entregan el pequeño papel, cogen un azafate y recogen cada plato: cebiche de entrada, arroz con espinaca o frejoles, pescado, jugo y sandía.
Los estudiantes se juntan por secciones. Los tutores los acompañan y verifican que terminen la comida. Al concluir, los mismos estudiantes –charola en mano– desechan los restos y en distintas bandejas colocan los utensilios sucios. No dejan nada en la mesa.
Desde las 2:00 p.m. retornan a sus aulas. En los primeros días, las clases vespertinas son, sobre todo, talleres: música, robótica, danza y otros. Mientras tercero realiza dinámicas en el pasto o carpas, en una de las salas de estar el sonido atrae al visitante. El Quinto Elemento, la única banda de rock del COAR Lima tiene encendidos los amplificadores. Suenan las guitarras, la batería, solo falta el bajo. En dos meses tocarán en público.
Con tres años de fundación y un dragón como símbolo, esta agrupación constituida por jóvenes de 15 y 16 años muestra el talento de Piura, Amazonas, Callao, Lima y Puno. De allí son Kevin Nathals, Daniel Machaca, Leonardo Pérez, Daniel Abarca y Gabriel Yépez, los integrantes que convirtieron un hobby en una posibilidad de futuro. La mayoría quiere ser ingeniero, pero no descarta cambiar esa opción por conciertos y arte.
ARTE Y CIENCIA
Si los músicos aprovechan el movimiento de sus dedos, los científicos del COAR también lo hacen: ellos elaboran robots. El huancavelicano José Carlos Ramírez (15) explica que para ingresar al club de robótica es necesario pasar por una entrevista. La selección está a cargo de los mismos estudiantes. Se comienza, por ejemplo, con preguntas "típicas" como: ¿qué es la inteligencia espacial?
Newton Pinedo, Luis Alberto Mundaza, Ángel Torres, Emmanuel Muñoz, Carlos Guerrero y Daysi Olivares saben la respuesta de memoria. Son jóvenes que elaboran prototipos y disfrutan lo que no les enseñaron en otros colegios. Su último proyecto de investigación ocupó el primer lugar en una de las etapas de la First Lego League (FLL), lo cual les daría la posibilidad de llegar hasta Sudáfrica. Pero aún no tienen los boletos y el año pasado no pudieron ir a Rusia.
Los talleres culminan pasadas las 7:00 p.m. Luego deben cenar y se repite la dinámica del almuerzo. En las noches de Huampaní, los jóvenes se reúnen con guitarras, juegan vóley, bailan o descansan en el pasto. Otros usan laptops, celulares, miran fútbol o Los Simpsons en la sala de estar de cada pabellón. Sea muy temprano o tarde, a los visitantes los asaltan con un "buenos días", "buenas noches".
A las 10:00 p.m. las luces ya deben estar apagadas. Los locales de Lima y Ayacucho se oscurecen. Los sábados, la jornada culmina al mediodía, el domingo es libre. Pueden retornar antes de las 6:00 p.m.
Los estudiantes del COAR no estudian las 24 horas. Jhamil, por ejemplo, roba un poco de tiempo para no olvidar el baile de Huancasancos. Es su fórmula perfecta: arte y ciencia.
Fuente: La República
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