domingo, 18 de octubre de 2015

CAPITAL SOCIAL: EL CRECIMIENTO Y LA ESCASEZ SON LOS GRANDES DESAFIOS QUE DEBEMOS ENFRENTAR

Editado por Econ. Víctor Alvino Guembes



¿Existen un límite al crecimiento?

La escasez ha sido un problema desde que surgió la vida en este planeta, pero su encarnación contemporánea –lo que muchos llaman el «modelo de la escasez»– se remonta a finales del Siglo XVIII, cuando el erudito británico Thomas Robert Malthus descubrió que mientras que la producción de alimentos aumentaba linealmente, la población crecía exponencialmente. 

Debido a esto, Malthus estaba seguro de que llegaría un momento en que superaríamos nuestra capacidad de alimentarnos. Como dijo: «El poder de la población es indefinidamente mayor que el poder de la Tierra para producir suficiente para la subsistencia de la humanidad». En los años transcurridos desde entonces, muchos pensadores se han hecho eco de esta preocupación. 

A principios de los años 60 se alcanzó una especie de consenso. En 1966, el doctor Martin Luther King Jr. señaló: «A diferencia de las plagas de las épocas oscuras o las enfermedades contemporáneas, que no entendemos, la plaga moderna de la superpoblación se puede resolver por medios que hemos descubierto y con recursos que tenemos». 

Dos años después, un biólogo de la Universidad de Stanford, el doctor Paul R. Ehrlich, hizo sonar una alarma aún mayor con la publicación de La explosión demográfica. Pero fue el resultado a favor de esa idea de un pequeño encuentro que tuvo lugar en 1968 el que realmente alertó al mundo de la profundidad de la crisis. Ese año, el científico escocés Alexander King y el empresario italiano Aurelio Peccei convocaron a un grupo interdisciplinar de pensadores internacionales de primera fila en una pequeña villa en Roma. El Club de Roma, como pronto fue conocido, se reunió para discutir el problema de pensar en el corto plazo, en un mundo a largo plazo. En 1972 publicaron los resultados de esas discusiones. 

Los límites del crecimiento se convirtió inmediatamente en un clásico, se vendieron doce millones de ejemplares en treinta idiomas y asustó a casi todos los que lo leyeron. Utilizando un modelo desarrollado por el fundador de la dinámica de sistemas, Jay Forrester, el club comparaba las tasas de crecimiento de la población mundial con las del consumo de recursos. La ciencia detrás de este modelo es complicada, el mensaje, no. Es bastante simple: nos estamos quedando sin recursos y el tiempo vuela. Han pasado más de cuatro décadas desde que se publicó este informe. 

Aunque muchas de sus predicciones más funestas no se han materializado, los años no han suavizado sus evaluaciones. Hoy en día seguimos encontrando pruebas de su veracidad en la mayor parte de los lugares donde miramos. Uno de cada cuatro mamíferos se enfrenta a la extinción, mientras que el 90 por ciento de los peces grandes ya han desaparecido. Nuestros acuíferos están empezando a agotarse y la tierra se está volviendo demasiado salada como para producir cosechas. 

Nos estamos quedando sin petróleo y se está acabando el uranio. Incluso el fósforo –uno de los principales componentes de los fertilizantes– se está agotando. En lo que se tarda en leer esta frase, un niño morirá de hambre. Cuando hayas acabado el párrafo, otro habrá muerto de sed (o por beber agua contaminada para saciarla). Y, según los expertos, esto solo es el comienzo. Hoy en día hay 7.000 millones de personas en el planeta. Si las tendencias no se invierten, para 2050 estaremos cerca de 10.000 millones. Los científicos que estudian la sostenibilidad de la Tierra –la medida de cuánta gente puede vivir en ella de manera sostenible– han fluctuado ampliamente en sus estimaciones. 

Los optimistas más apasionados piensan que está cerca de los 2.000 millones. Los pesimistas severos, que en torno a los trescientos millones. Pero incluso si estás de acuerdo con la más tranquilizadora de estas predicciones, como la doctora Nina Fedoroff, asesora de ciencia y tecnología de la Secretaría de Estado de Estados Unidos, solo se puede sacar una conclusión, como dijo recientemente a los periodistas: «Necesitamos disminuir el ritmo de crecimiento de la población global; el planeta no puede soportar mucha más gente». 

Sin embargo, hay cosas que son más fáciles de decir que de hacer. El ejemplo más infame de control de la población desde arriba fue el programa de eugenesia de los nazis, pero ha habido más pesadillas al respecto. En la India se realizaron ligaduras de trompa y vasectomías a miles de personas a mediados de los años setenta. A algunos les pagaron el sacrificio que hicieron; a otros simplemente les obligaron. El asunto hizo que perdiera el poder al partido en el gobierno y dio lugar a una controversia que sigue enconada hoy en día. Mientras tanto, en China han transcurrido treinta años bajo la política de un hijo por familia (aunque a menudo se habla de ello como si fuera un programa global, en realidad esta política solo se aplica a aproximadamente el 36 por ciento de la población).

Según el gobierno, los resultados han supuesto trescientos millones menos de personas. Según Amnistía Internacional, las consecuencias han sido un aumento de los sobornos, la corrupción, las tasas de suicidio y de abortos, los procedimientos de esterilización forzosa y rumores persistentes de infanticidio. (Un niño es preferible a una niña, por lo que, según los rumores, muchas niñas recién nacidas son asesinadas.) Sea como sea, tal como ha descubierto amargamente nuestra especie, el control de la población desde arriba es brutal, tanto en teoría como en la práctica. Parece que solo queda una opción. 

Si no te puedes deshacer de la gente, tendrás que estirar los recursos que necesitan, y hacerlo de manera espectacular. La forma de conseguirlo ha sido objeto de profundos debates, pero hoy en día los principios de OPL (base conceptual conocida como One Planet Living, es una iniciativa global que pretende combatir esta escasez. La iniciativa OPL, creada por BioRegional Development y el World Wildlife Fund, es realmente un conjunto de diez principios fundamentales. Van desde preservar las culturas indígenas hasta el desarrollo de materiales sostenibles desde su creación hasta su reciclado, pero en realidad todos tienen que ver con aprender a compartir) se presentan como la única opción viable. 

Esta opción me preocupaba, pero no porque no estuviera comprometido con la idea de una mayor eficiencia. Usemos menos, ganemos más: ¿quién se opondría seriamente a una mayor eficiencia? En lugar de ello, la raíz de mi preocupación era que la eficiencia estaba siendo planteada como la única opción disponible. Pero todo aquello que estaba haciendo con mi vida me decía que había otros caminos que merecían ser seguidos. 

Es el caso de la Fundación PREMIO X, que no tiene ánimo de lucro y se dedica a aportar avances radicales en beneficio de la humanidad a través del diseño y gestión de concursos con el incentivo de grandes premios. La mencionada organización presidió hace poco la reunión anual del consejo de Visionarios, donde inventores inconformistas como Dean Kamen y Craig Venter, brillantes empresarios de tecnología como Larry Page y Elon Musk, y gigantes de los negocios internacionales como Ratan Tata y Anousheh Ansari, debatieron cómo realizar avances radicales en los campos de la energía, las ciencias de la vida, la educación y el desarrollo global. 

Todos ellos son personas que han creado empresas que han cambiado el mundo y en campos que no existían antes. La mayoría lograron esta hazaña al resolver problemas que durante mucho tiempo fueron considerados irresolubles. Tomados en su conjunto, son un grupo cuya trayectoria mostraba que una de las mejores respuestas ante la amenaza de la escasez no es tratar de hacer más pequeños los trozos de la tarta, sino conseguir hacer más tartas.

¿Existe la posibilidad de la abundancia?
Por supuesto, el enfoque de «hacer más tartas» no es nada nuevo, pero esta vez hay unas cuantas diferencias capitales. Estas diferencias compondrán el grueso de este libro, pero la versión resumida es que, por primera vez en la historia, nuestras capacidades han comenzado a alcanzar nuestras ambiciones. La humanidad está entrando en un periodo de transformación radical en el que la tecnología tiene el potencial de elevar de forma significativa los niveles básicos de vida de cada hombre, mujer y niño del planeta. Dentro de una generación seremos capaces de suministrar bienes y servicios, que en tiempos estaban reservados a unos pocos ricos, a cualquiera y a todos los que los necesiten. O a los que los deseen. 

La abundancia para todos está realmente a nuestro alcance. En esta era moderna de cinismo, muchos se sentirán molestos ante tal declaración, pero ya hay elementos de esa transformación en marcha. Durante los últimos veinte años, las tecnologías inalámbricas e Internet se han vuelto ubicuos, asequibles y fáciles de conseguir para casi todo el mundo. África se ha saltado una generación tecnológica evitando los postes telefónicos que pueblan los cielos del mundo occidental en pro del mundo inalámbrico. La penetración de los teléfonos móviles está creciendo de forma exponencial, desde un 2 por ciento en 2000 hasta un 28 por ciento en 2009, y a un 70 por ciento previsto para 2015. Gente sin educación y con poco para comer ya ha tenido acceso a la conectividad inalámbrica de la que no se había oído hablar hace tan solo treinta años. 

Ahora mismo, un guerrero masai con un teléfono móvil tiene una mayor capacidad de comunicación que la que tenía el presidente de Estados Unidos hace veinte años. Y si tiene un teléfono inteligente con acceso a Google, entonces cuenta con un mejor acceso a la información de la que tenía ese presidente hace solo quince años. A finales de 2015 la inmensa mayoría de la humanidad estará atrapada en esta misma World Wide Web de comunicaciones e informaciones instantáneas y baratas. En otras palabras, vamos a vivir en un mundo de abundancia informativa y comunicativa. 

De modo similar, el avance de nuevas tecnologías transformadoras –sistemas computacionales, redes y sensores, inteligencia artificial, robótica, biotecnología, bioinformática, impresión en 3D, nanotecnología, interfaces humanos-máquinas e ingeniería biomédica– pronto permitirá a la inmensa mayoría de la humanidad experimentar aquello a lo que solo los más ricos tienen acceso hoy en día. Y lo que es aún mejor, esas tecnologías no son los únicos agentes del cambio en marcha. Hay otras tres fuerzas adicionales en funcionamiento, cada una de ellas incrementada por el poder de tecnologías exponencialmente crecientes y cada una con un potencial de producir abundancia. La revolución del «hazlo tú mismo» se ha estado gestando durante los últimos cincuenta años, pero últimamente ha comenzado a desbordarse. 

En el mundo actual, el ámbito de «los manitas» se ha ampliado notablemente desde la adaptación de coches o la fabricación de ordenadores caseros, y ahora llega a campos que antes eran esotéricos, como la genética o la robótica. Y lo que es más, pequeños y motivados grupos de «hazlo tú mismo» pueden conseguir lo que en otro tiempo era territorio exclusivo de grandes empresas y gobiernos. Los gigantes aeroespaciales pensaban que era imposible, pero Burt Rutan voló al espacio. Craig Venter igualó al poderoso gobierno de los Estados Unidos en la carrera para secuenciar el genoma humano. 

El poder recién descubierto de estos innovadores inconformistas es la primera de nuestras tres fuerzas. La segunda fuerza es el dinero –un montón de dinero– que se gasta de una manera muy particular. La revolución de la alta tecnología creó toda una nueva raza de ricos tecnofilántropos que están utilizando sus fortunas para resolver desafíos globales relacionados con la abundancia. Bill Gates ha puesto en marcha una campaña contra la malaria; Mark Zuckerberg trabaja para reinventar la educación; mientras, Pierre y Pam Omidyar están centrados en proporcionar electricidad al mundo en vías de desarrollo, y esta lista se amplía sin parar. 

Tomado en conjunto, nuestro segundo conductor es una fuerza filantrópica sin parangón en la historia. Finalmente, están los muy pobres de entre los pobres, los llamados mil millones de abajo del todo, que finalmente se están conectando con la economía global y se están convirtiendo en lo que yo llamo «los mil millones en crecimiento». La creación de una red de transporte global fue el paso inicial en este camino, pero es la combinación de Internet, las microfinanzas y la tecnología de la comunicación inalámbrica la que está transformando a los más pobres entre los pobres en una fuerza de mercado emergente. Al actuar por sí sola, cualquiera de estas tres fuerzas tiene un enorme potencial. 

Pero al actuar juntas, magnificadas por las tecnologías exponencialmente crecientes, lo que era inimaginable, ahora se convierte en realmente posible. Así pues, ¿qué es posible? Imagina un mundo de 9.000 millones de personas con agua limpia, comida nutritiva, alojamiento asequible, educación personalizada, cuidados médicos de primer nivel y energía no contaminante y ubicua. Construir ese mundo mejor es el mayor desafío de la humanidad. Lo que sigue es la historia de cómo podemos conseguirlo

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