Por Bruno Gutiérrez Torero
Normalmente, en la mayoría de los casos cuando voy a escribir tengo muy claras mis ideas, pero desde ayer tras el accidente de Pasamayo, una enorme tristeza las bloquea.
Pocas veces he visto enlutarse a mi pueblo en su totalidad, en un suceso cuya pena sólo es comparable a la de los terremotos de 1966 y 1970. Este hecho a todos nos ha tocado, directa o indirectamente; todos conocimos a alguna de las víctimas o sabíamos quiénes eran.
Estoy muy apenado por todas ellas, pero de manera especial por Mary Soto, hermana de un compañero de promoción, y de manera muy profunda por mis hermanos exalumnos José Miguel Rojas, mi sobrino Pedro Carranza y Raúl Sánchez.
Sé que nada que le digamos a sus familiares calmará su dolor, nada los reemplazará, ni evitará que esa pena la lleven en el alma por siempre; sólo el consuelo de saber que algún día el Señor los reunirá nuevamente, bajo la tierna mirada de nuestra Buena Madre.
Gracias Señor por habernos permitido ser parte de sus vivencias y por premiarnos con el regaló que significó haberlos conocido.
Hasta siempre amigos, un beso enorme hacia el lugar del cielo en el que se encuentren.
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