Por Econ. Víctor Eleazar Alvino Guembes
La educación hace tiempo ha sido considerada fundamental para el desarrollo de un país. Es un derecho universal, uno de los ocho objetivos de desarrollo del milenio, uno de los diecisiete objetivos de desarrollo sostenible, y un elemento crítico para la reducción de la pobreza. Así, gobiernos y promotores del desarrollo han renovado sus esfuerzos continuamente para asegurar acceso a educación primaria y secundaria.
En la Región Lima, en el resto del país y en América Latina y el Caribe nos enfrentamos a altos niveles de desigualdad, los programas educativos han sido diseñados y financiados con el objetivo de garantizar oportunidades equitativas al acceso escolar. Por ejemplo, en la región Lima, desde 1990 la tasa de inscripción escolar a nivel primario mejoró hasta el 2010. Durante el mismo periodo, el índice de alfabetización también progresó. Aunque la dificultad de lograr acceso universal a la educación es abrumadora, podría decirse que los números muestran que la región está bien encaminada.
Sin embargo, la figura muestra que, aunque ha habido un aumento significativo en los años de educación entre el 2004 y el 2014 en la región, el 60 por ciento más rico y el 40 por ciento más pobre han tenido un aumento desigual en sus ingresos. Si bien ambos grupos recientemente reciben más años de educación que antes, los datos sugieren que el 60 por ciento más rico, que ya tenían en promedio más años de estudios, experimentaron un mayor aumento en la mediana del ingreso per cápita diario que el 40 por ciento más pobre. Lo anterior es consistente con otros estudios que sugieren que los retornos de la educación difieren a lo largo de la distribución de ingresos (Harmon, Oosterbeek and Walker, 2000).
Sin duda, la educación está llamada a desempeñar un papel importante en el gran desafío de promover la prosperidad compartida. En este sentido, los formuladores de políticas tienen la oportunidad de acelerar el proceso de reducción de la brecha de ingresos, no solo nivelando el acceso a la educación, sino los beneficios que lo acompañan.
Una forma de lograrlo, por ejemplo, es incentivando a los niños y jóvenes del 40 por ciento de menores ingresos a permanecer más tiempo en la escuela y de cursar estudios que se alineen con la demanda laboral de su país, permitiendo aumentar sus futuros ingresos esperados.
Además, puede ser necesario incentivar a profesores calificados a trabajar en escuelas de bajos ingresos, porque desafortunadamente, el acceso a la educación universal por sí solo no parece ser suficiente.
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