Por Sri Mulyani Indrawati y editado por Econ. Víctor Eleazar Alvino Victor Eleazar Alvino Guembes
La desigualdad es un problema que enfrentan todos los países, sean estos pobres, ricos, o de situación intermedia. Cierto grado de desigualdad puede ser un subproducto temporal del crecimiento económico cuando no todos avanzan al mismo ritmo y al mismo tiempo. Pero cuando la mayoría de la gente sufre un estancamiento económico y social, la desigualdad representa una verdadera amenaza para el progreso de las personas y de países enteros. Por esta razón, la desigualdad elevada y persistente no solo es moralmente incorrecta, sino también un síntoma de una sociedad fracturada.
Puede conducir a una pobreza generalizada, asfixiar el crecimiento y provocar conflictos sociales. Es por ello también que los objetivos del Banco Mundial no consisten únicamente en poner fin a la pobreza, sino además en promover la prosperidad compartida. A menudo el debate sobre la desigualdad se centra en la brecha de ingresos. Sin embargo, hay otros aspectos de la desigualdad que revisten la misma importancia. El primero es la desigualdad de oportunidades, que tiene un alto costo y graves implicaciones. Significa que los niños parten con una desventaja desde su nacimiento.
Por ejemplo, datos recientes de mi propio país, Indonesia, muestran que alrededor de un tercio de la desigualdad existente en la actualidad se debe a las circunstancias en que nacen las personas. En efecto, en muchos lugares — por ejemplo, en un área rural— si nace una niña y sus padres son pobres, o si pertenecen a un segmento o grupo étnico marginalizado, esa niña tendrá menos oportunidades y más probabilidades de ser pobre. La limitación de oportunidades restringe la movilidad económica, perpetúa la pobreza de una generación a otra, y puede reprimir el crecimiento al limitar las posibilidades de amplios grupos de personas.
Por esta razón, ayudamos a los países a prestar servicios básicos que benefician a todos, y particularmente al 40 % más pobre de la población. El segundo aspecto de importancia crítica para abordar el problema de la desigualdad es la exclusión, tanto real como percibida. Por ejemplo, en Oriente Medio y en algunas partes de Europa oriental, la gente está menos satisfecha y es más pesimista acerca de su futuro, incluso en comparación con regiones con niveles similares de desigualdad de ingreso, lo que indica una percepción generalizada de empeoramiento de la movilidad económica, una sensación de injusticia cada vez mayor, y la falta de justicia social.
Por esta razón, la asistencia para el desarrollo que brindamos a esa región trasciende la “ayuda” clásica y su objetivo es establecer un nuevo contrato social y, al mismo tiempo, promover un crecimiento inclusivo y la creación de empleo. En Túnez, por ejemplo, nuestra labor respalda los objetivos de la transición con posterioridad a la Primavera Árabe. ¿Cuál es, entonces, la manera más eficaz de afrontar la desigualdad? Se requiere una combinación adecuada de políticas acertadas, buen gobierno e instituciones eficientes. Países tan disímiles como Ucrania, Indonesia, Perú, Egipto y Etiopía nos han pedido que trabajemos con ellos en esos aspectos.
A menudo, ello supone eliminar obstáculos, como los subsidios indiscriminados y excesivos a la energía, el gasto público ineficiente y las deficiencias en la prestación de servicios. Sin embargo, tal vez el aspecto más importante para hacer frente a la desigualdad sea un buen liderazgo. En primer lugar, los líderes deben entender que promover del crecimiento y, al mismo tiempo, impulsar la prosperidad compartida tiene sentido desde el punto de vista tanto económico como social.
Por ejemplo, si se eliminaran las brechas de género, el crecimiento aumentaría 14 % en Brasil, y un impresionante 25 % en Egipto. Se pueden obtener beneficios similares si se atienden las necesidades de los niños y los jóvenes, sobre todo, a través del acceso a buenos servicios de salud y a una buena educación. Por último, los líderes mundiales deben estar dispuestos a cuestionar el statu quo y a encarar los problemas comunes de falta de capacidad, corrupción, falta de responsabilidad y captura por las élites.
Para afrontar la desigualdad se requieren líderes dispuestos a tomar decisiones necesarias, aunque a veces impopulares, que pueden tardar en mostrar sus efectos. En definitiva, se requieren líderes que tengan el valor y la voluntad política de medir su éxito no por lo que consiguen unos pocos compinches y grupos con buenos contactos, sino por la medida en que se van mejorando las condiciones de vida de la mayoría.
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