Por Econ. Víctor Alvino Guembes
Nada resulta más despreciable que un traidor. Quien traiciona a sus amigos, a su gente o a su propio pueblo, creo yo, merece la indiferencia eterna. Dante condenaba a los traidores al último círculo infernal, al lado de Satán.
Allí estaban tres de los mayores traidores de la historia universal: Bruto, Casio y judas Iscariote. Creo yo que hay más de ellos y muy cercanos a nosotros están. El traidor es nuestro peor enemigo, pues solamente lo reconocemos cuando nos ha metido en lo hondo el cuchillo por la espalda.
La pregunta que nos hacemos es ¿por qué traiciona el traidor? ¿Por treinta monedas de plata o por motivos algo más altruistas? Definitivamente, traición no es, ni puede ser, rebelión, disidencia o reniego, sino profunda deslealtad y ruptura con los vínculos más estrechos que uno tiene con sus amigos, su familia o su pueblo.
El traidor es, ante todo, alguien que está dispuesto a venderse por treinta monedas de plata. El traidor a veces es el mejor aliado que se tiene. Se disfraza a veces de profesional pero no tiene ética ni moral. Algunos dicen que todo grupo humano necesita su chivo expiatorio y su traidor. Habría que ver.
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